Si levanto la barba, el cogote siento
sobre el lomo; tengo pecho de arpía
y el chorreante pincel sobre mi cara
hace de ella un mosaico variopinto.
Todo el lomo cargo ya en la panza,
Que contrapesa el culo como grupa
Y no me deja ver ni dónde piso.
Así escribía Miguel Ángel lo que le supuso estar cuatro años colgado de la bóveda de la Capilla Sixtina trabajando durante la mayor parte del día, apenas sin comer, para pintar su obra maestra. Sólo con semejante dedicación, constancia y rigor — ingredientes indispensables para impresionar a mecenas como los Médicis que sufragaban tales maravillas, y que son precisamente más conocidos por el patrocinio de las artes que por sus innovaciones en la banca, apunta el economista Saifedean Ammous — se puede entender una creación de esta magnitud y el éxito y la perdurabilidad que genios como él alcanzaron.
Antaño, y sin ir tan lejos hasta mediados del siglo pasado, nadie tenía la oportunidad de que le llamaran artista sin años de durísimo trabajo. Beethoven, por ejemplo, nunca afirmó ser un genio ni pontificó sobre cómo su música era mejor que la de los demás. Sólo desde que la CIA aupó de la nada a desconocidos expresionistas abstractos empezaron cada vez más artistas a sermonear al público con aires de superioridad y pedantería sobre qué es el arte y por qué sus perezosas creaciones son tan profundas.
El artista conceptual italiano Piero Manzoni creó un total de 90 latas llenas de sus heces y las enlató con la etiqueta: Mierda de artista. Cada lata tiene un valor estimado de entre 100.000 y 150.000 dólares.
Esta tendencia se ha multiplicado exponencialmente desde la generalización de las redes sociales. Millones de personas se han lanzado a compartir sus creaciones, a conectar y a acceder a oportunidades como nunca antes. Si una minoría hace méritos indudables para destacar con humildad al margen de la estructura podrida de las grandes galerías y los principales museos de arte, verdaderos monopolios protegidos sobre el gusto artístico, la realidad es que la mayoría no tiene la práctica, las ideas, la formación, las ganas de trabajar, ni muchas veces siquiera la necesidad o la pasión más elementales que están detrás de cualquier obra que se precie. Al fin y al cabo, ¿para qué dar importancia a la belleza, a la perdurabilidad o al impulso creativo habiendo tipos elegidos a dedo por un sistema fraudulento como Basquiat, Koons o Hirst que se vuelven millonarios de la noche a la mañana? La cantera de emuladores sin otra voluntad que un reconocimiento inmediato y la fama es pródiga en esta sociedad de la inmediatez donde nos han hecho creer que cualquier cosa puede ser arte a partir del momento en el que exista la posibilidad de mercantilizarla y de sacrificarla en el altar de nuestro todopoderoso Dios dinero.
Una mujer de la limpieza en una galería italiana tiró accidentalmente 15.000 dólares en "obras de arte" del modernista Paul Branca consistentes en un periódico arrugado, cartón y galletas esparcidas por el suelo.
Esto explica dos cosas. La primera es que hoy abunde la mierda — y, como puntualizó Fernando Sánchez Dragó, perdonen la palabra exactísima, pues la basura se recicla y la mierda no — creada por incompetentes en cuestión de horas. O de minutos, dado que la inteligencia artificial permite ya que cualquiera se cuelgue la etiqueta de artista sin hacer nada más que bajarse una app. La segunda es la ausencia flagrante de obras maestras que puedan compararse con maravillas de tiempos no tan pasados. Evidentemente, por mucho que uno le ponga ganas, temperamento e ilusión, ser un genio está al alcance de muy pocos, pero no es menos cierto que ninguno de ellos se encumbró sin pasarse la vida entera aprendiendo la técnica, los detalles, esforzándose por superar las habilidades de los demás y perfeccionando unas obras que hoy seguimos admirando.
En este sentido, cabe preguntarse quién recordará en algunas décadas monumentos del arte postmoderno como unas gafas en el suelo, una cama sin hacer, un caballo colgado del techo o un surtido aleatorio de píxeles recreando a un simio. Genialidades que ven la luz para que, como siempre, algunos beneficiarios alejados de cualquier cosa que se parezca a la actividad productiva se forren a costa de otros que anhelan mostrar su estatus y singularidad con una nueva estupidez.
Diferentes versiones del Simio aburrido de la colección de NFTs del Club Náutico de Simios Aburridos (Bored Ape Yacht Club). Dos de ellos se vendieron por 1.1 millones de dólares.
Todo esto es sintomático del declive de nuestro sistema hacia el puro simulacro, el paripé y la farsa institucionalizadas, con un orden político desolador y una cultura prostituida que cada vez merece menos su apelativo. Lo positivo es que la Historia es cíclica y que las épocas de mediocridad y de oscurantismo suelen dar paso a las de genialidad y de florecimiento. Cuándo ocurrirá un cambio general tan imprescindible como el arte lo es para la humanidad es imposible saberlo. Porque sin arte no sabríamos cómo era el pasado y no habría manera de expresar las ideas, las emociones, la imaginación, los recuerdos y los pensamientos, tal y como explicó el editor Hatje Kantz. Por ello, da igual que sea en un océano de vulgaridad y de bazofia o en los peores climas totalitarios, siempre habrá gente que dibuje, escriba, pinte, diseñe, esculpa, filme, programe, conciba o componga, porque de no hacerlo se volvería loca. Y entre estas creaciones siempre surgirán obras que sean tanto el testimonio de una época y cultura como atemporales y universales. Obras imposibles o de una sencillez que traduzca la maestría de décadas de práctica constante. Obras que se dirijan al alma del ser humano. Obras que nos conmuevan y nos alcen mucho más allá de la rutina de nuestras vidas, engrandeciéndonos y arrojándonos un jarro de humildad a la vez. Porque si la vida sin música sería un error, como dijo Nietzsche, la vida sin arte genuino sería más que eso. Sería inconcebible.
2 comentarios
Muchas gracias por su comentario, Alberto. La transgresión empezó realmente con Duchamp, pero él por lo menos era un artista que tocó un montón de estilos y de disciplinas. Sin embargo desde hace unas décadas parece que sólo existe la provocación por la provocación para dar la nota y llamar la atención de cualquier manera en vez de trabajar duro para destacar por méritos propios. Al final esto beneficia a los de siempre, ¡y sin apenas esfuerzo!
Totalmente de acuerdo con lo leído, el siglo XXI trastocó la mente de la civilización, haciéndole creer que lo Snob del momento se transforma en Arte, de esa manera un caballo colgado del techo o una cucaracha aplastada por un pie descalzo, se le puede llamar arte.
Si nos la creemos vamos por mal camino.